miércoles, 16 de marzo de 2011

Tsunami Camaná 2001, cuento "Agua en el cielo"

                                                   AGUA EN EL CIELO---------------------






PRESENTACIÓN


Un movimiento telúrico, un temblor o un terremoto es imprevisible, pero sabiendo cómo enfrentarlo, podríamos evitar perjuicios ulteriores.

Un Tsunami es detectable y previsible. Permanecer cerca al mar después de un terremoto representa un peligro latente. “Agua en el Cielo” es una narrativa basada en testimonios reales  del terremoto y Tsunami sucedido en la ciudad de Camaná, Arequipa, Perú el 23 de Junio del 2001.

Esta pequeña obra pretende llegar a la conciencia de la ciudad de Camaná, del Perú y del mundo entero, acerca de la necesidad e importancia que tiene el estado de alerta e información oportuna de estos fortuitos fenómenos de la naturaleza y evitar así innecesarias pérdidas de vidas humanas. En Camaná fallecieron 60 personas y desaparecieron un número similar de habitantes, ellos creyéndose salvos permanecieron en las proximidades del mar, siendo 20 minutos después sepultados por toneladas de arena y agua.

La naturaleza es inmensa y prodigiosa es su bondad, pero ruda e implacable en el castigo; la naturaleza nos merece respeto, pero antes que nada nos exige preparación para la prevención y defensa oportuna de nuestras vidas.


                                                                       EL AUTOR



Publicado en el libro Camaná Leyenda y realidad
Juan Carlos Gamarra Salazar
 Aporte Perú ediciones 2007
Derechos reservados de Autor







AGUA EN EL CIELO



Los años habían transcurrido largamente, el anciano, invadido por la soledad, luchaba día a día por sobrevivir. Su casa, una modesta construcción rústica rodeada de esteras, carrizos y palos, guardaba entre sus débiles paredes, los recuerdos de su vida consumada a través de los tiempos. Frente a él espinas, frío, viento y soledad acusaban el único espacio que tenía como ruta para llegar hasta su morada, mas hay quien le recordaba la majestuosidad de la naturaleza ¡eh, ahí el inmenso mar!, aquel que se mecía en sus olas al alba y al anochecer, algunas veces como  un león rugiente, como un ritmo salvaje y otras como una armonía de arrullo infantil que permitíale conciliar el sueño noche a noche.

Sofía, su compañera de toda la vida, había partido al “más allá” años atrás, en tanto él anhelaba tenerla cerca de alguna manera... de alguna forma ....Ni el alcohol, ni el refugio, ni los ruegos habían surtido efecto para el olvido. La  nostalgia era una realidad verdadera y él no podía dejarse doblegar por ella. Vicente Amésquita Flores, veterano constructor de viviendas, pescador, peón agrícola, vendedor ambulante y peluquero se aprestaba nuevamente a realizar su faena dominical. El optó por conservar el último de sus oficios y en una carreta hecha a fuerza de deseo, pudo en medio de retazos de madera, las tijeras del abuelo, un viejo espejo y algunos artículos complementarios, erigir su peluquería ambulante en la feria dominical.

El viejo, del caminar pausado y sonrisa ingenua, esperaba anhelante en la estratégica esquina de los Pinto, justo debajo de un frondoso árbol, que los marchantes de cabello excedido, se acerquen a él.  Con dedicada paciencia y destreza extrema, Vicente iba dándole forma “ideal” a la superficie y contorno superior de la cabeza de sus consuetudinarios clientes. Al término de la jornada, Vicente recogía sus adminículos y retornaba por el largo trecho de camino hasta su humilde casa. De esta manera, Vicente asumía sobre sus espaldas el avance del tiempo y de las horas sin imaginar jamás que todo de pronto se detendría tan rápido como quien aprieta un interruptor para encender la luz y luego inmediatamente la apaga.

El almanaque marcaba sábado 23 de Junio del año 2001. Eran aproximadamente las 3 y 25 de la tarde, momento exacto en que la naturaleza, prodigiosa en su bondad e implacable en el castigo, hizo su primera manifestación. Al principio un movimiento elegante parecía desplazar la tierra de izquierda a derecha, enseguida la vibración subió en intensidad. Una vorágine de movimientos alternados, ondulantes y apocalípticos hacían presagiar lo peor. Vicente, aterrorizado por el violento sismo, salió despavorido buscando refugio, pero la tierra no paraba de moverse.

 Nubes de polvo, ladridos desencajados, gritos lejanos e incertidumbre tenebrosa rodeaban su ya inestable sensación de fragilidad. El movimiento telúrico continuó en segundos que parecían interminables, la tierra se había convertido de pronto en un ligero papel que se podía mover con la facilidad del soplo de un niño, pero no hay tal agresión, ni voracidad que pueda ser mantenida eternamente y así como una fiera que después de atacar y comer va  conciliando el sueño lentamente, así la tierra fué apagando sus inquietudes poco a poco, deteniendo su euforia hasta estabilizar nuevamente su posición inmóvil bajo los pies de sus asustados habitantes.

Vicente corrió hasta el centro de la pequeña plaza, allí se reunió con Olga a quien acompañaba su hija Mercedes y sus dos nietos Frand y Hellen, ellos habitantes de “El Chorro”, eran los vecinos más cercanos del demacrado anciano con quienes compartió sus más crudos momentos del horror y desesperación. Pero, felizmente la calma llegó, la tierra dejó de moverse y los corazones nivelaron también poco a poco su ritmo cardiaco en señal de recuperación progresiva ante tremendo susto. Ahora sus espaldas daban al mar, sus recuperados cuerpos se posaban sobre los batientes de la central glorieta de cemento y estera.

Vicente y Olga comentaban lo ocurrido, Mercedes aún lloraba, los niños Frand y Hellen desorientados por lo ocurrido permanecían inmóviles alrededor de su madre. Transcurrieron 25 minutos exactos, siendo Hellen la única posicionada de cara al mar, testigo inicial de tan voluptuoso espectáculo. La niña conminó a su madre sorpresivamente:

-         Mamá, mira ¿Qué es eso?

Mercedes al voltear simultáneamente con su madre Olga y el viejo Vicente, no podían creer lo que ante sus ojos se configuraba. Una enorme ola había escalado en su cresta hasta el pico más alto, entre unos 25 a 30 metros de altura, la inmensa ola se confundía con una gran nube negra que rayaba toda la costa playera.

-         ¡ Mamá, mira, AGUA EN EL CIELO!, exclamó Frand.

La montaña de agua era inmensa, intimidadora; la monstruosidad de su boca amenazante, semejaba a la de un coloso dispuesto a tragarse lo que tuviere en frente de sí. El presunto impacto de tan gigantesca amenaza, no dejaba tiempo ni siquiera para asimilarlo. Mercedes tomó de las manos a sus pequeños hijos y conminó a su madre y a Vicente a correr. Vicente, entre la angustia y la desesperación optó por ingresar a su vivienda a sacar una frazada, los demás huían del acecho del mar, pero ni el apremio, ni el esfuerzo que hacían por ponerse a buen recaudo eran suficientes. Los escasos pobladores se encontraban atrapados entre la línea vertical de la carretera, la chacra fecunda y pantanosa y el mar que los secundaba.

 No había una salida clara por donde huir y la confusión desordenó las ideas de los asustados vecinos, tanto que el mar que se aproximaba a una velocidad espantosa, mugiendo cual toro embravecido tomó en sus astas hidrolíticas, primero a Vicente, luego a Olga y enseguida a Mercedes y a sus niños. Una primera gran ola envolvió a los cinco, mientras una segunda ola convexa y fulminante, terminó por arrastrarlos violentamente.

Vicente trataba de emerger hacia la superficie, intentaba gritar, llorar,  pedir auxilio, pero el volumen de agua que pesaba sobre sus espaldas, impedían todo intento de pedir  socorro, mas su boca y sus pulmones se llenaban de sal, mientras sentía que su vida se enganchaba a las alas de una gaviota que lo llevaba lentamente hacia la búsqueda de un paraje desconocido. Olga yacía sumergida en medio de la marea azul que invadía la arena y el verde valle. Frand y Hellen, angelitos de Dios, no pudieron soportar ni el primer embate de las enormes olas y fueron arrancados del regazo de su madre para desaparecer súbitamente en medio del océano.

 Ernesto, esposo de Olga, quien se encontraba en la ciudad, al percatarse del movimiento telúrico, fue al encuentro de su familia, no imaginándose siquiera que la vida le había deparado una cruel sentencia. Ernesto pudo advertir que el fortuito mar, destapando su último redoble elevaba por los aires a su hija Mercedes, arrojándola sobre la explanada del espasmo final de agua que habría de infringir  sobre la aquilatada tierra, en tanto que Jesús Quintanilla, su amigo personal, trataba de enfrentarse cual domador de una fiera endemoniada ante los gritos de socorro y desesperación de aquellos que el mar ya había tomado como posesión.

Mientras ello sucedía en el eje central del Balneario “El Chorro”, cientos de familias y personas sucumbían ante la abominable y sorprendente fuerza del mar que no reparó en su avance demoledor, costa afuera.

Santos Romero, un agricultor de la zona junto a  su familia, fue sorprendido por el mar cuando éste se encontraba a pocos metros de allí; su esposa y su hija sobrevivieron a pesar de haber sido arrastradas ferozmente por el mar, pero su hijo Ronal fue deslizado de los brazos de su madre por una ola alterna, perdiendo la vida instantáneamente.

Maruja, metros más allá cuidaba de sus ovejas, y de su modesto ganado, un pequeño torete y dos vacas cimarronas. Ella, aterrada, al ver la grandeza del mar, corrió en búsqueda de sus animales, liberándolos uno a uno, sin el tiempo ni el éxito suficiente para superar la ligereza del mar que alcanzó a todos en fracciones de segundos. Hacia el oeste en la zona de la Dehesa, lugar que en el pasado histórico vio sepultar a su pueblo en el maremoto de 1868, agricultores y pobladores del área huían desordenadamente por la carretera central que desemboca al frontis de la Panamericana.

Eloísa, anciana invidente, esperaba espantada el fatal desenlace. El impotente crujido del mar, el alboroto, la desesperación y el pánico rodean impotente a la pobre longeva, sin embargo en el momento más crucial, una valerosa vecina endilga su vetusto triciclo, toma en sus brazos a Eloísa y la conduce cual ángel salvador, por la avenida principal al refugio del mar, finalmente salva su vida. Las voces de exhortación a la calma, le indican que todo ya ha terminado, mientras que otros vecinos no tuvieron igual suerte, siendo desperdigados entre los cultivos de zapallo y de cebolla, junto a sus animales también fallecidos.

 Al Sur Este en la zona de “La Punta”, Mariela alerta a sus padres de la amenaza acuática, la niña de escasos 12 años de edad se percata de la retirada del mar, con voz de alarma les invoca agitadamente para que suban al vehículo y en un acto  valeroso surgido del amor y la integridad toma el volante y con denodado esfuerzo oprime el acelerador. Con el mentón erguido y sus piernecitas como flechas, Mariela trataba de establecer una coordinación exacta entre su cuerpecito, sus ojos, los desesperados gritos de su madre y la carretera, y  es que la tarea era complicada, Mariela tenía que avanzar 200 metros en paralelo al mar para recién poder enrumbar la camioneta por la carretera central en dirección opuesta a él.

Calculan los expertos que el mar al hacer contacto con el suelo después de haber elevado su cresta hasta el punto más alto, se desplaza a una velocidad promedio de 625 Kmts/h en su primer avance. La velocidad que imprimía Mariela al vehículo y la convergencia obligada que tenía que realizar para la fuga no permitieron sortear la velocidad del mar. Las aguas invadieron rápidamente el vehículo, elevándolo al ritmo de la corriente, pero esto no amilanó a la heroica y valiente niña, quien alentó a sus padres a salir del carro y luchar por vivir.

Es así que Adela y Eduardo emergieron a la superficie en tanto que Mariela seguía gritando:
-         ¡Nada, mamá, nada, tú puedes, nos vamos a salvar!
Eduardo trataba por su parte de ayudar desesperadamente a las dos. Adela estaba embrazada y se sentía desfallecer, pero el apoyo de su esposo y el aliento de su hija, le permitieron vivir y asomar victoriosa junto a los dos, hasta la ladera de la plaza principal donde el mar los devolvió.

María, Josefina y Julieta, por su parte no salían de su asombro al observar que el mar se dirigía con una voracidad fulminante rumbo a ellas. La mayor de ellas, Josefina, corrió hasta la habitación donde se encontraba su padre, cuya invalidez no le permitía caminar, su padre conciente del peligro que representaba el intento de salvarlo en acción de sacrificio y valentía instó a sus hijas:
¡Sálvense ustedes, ¡háganlo pronto!, ¡déjenme aquí!.

 Ellas al sentir la impotencia de la acción y el desenlace que sometería a la familia completa ante la euforia del mar no tuvieron alternativa, y en algunas fracciones milimétricas de tiempo, cuando ellas ganaban a la costa un lugar seguro, vieron aterrorizadas cómo el mar tomaba entre sus brazos la vida de su querido padre.

Gerardo Pastor, quien tuvo frente a frente el mar, delegó la responsabilidad a su esposa para que huyera con toda su familia. Él, atado a una columna del tercer piso de su vivienda, encaró el mar con coraje y valentía, soportó el embate de las olas y cuando gran parte del lugar estuvo inundado se lanzó a las aguas llegando a nado hasta la orilla.

Jacinto Rodríguez, en tanto, se encontraba sentado de perfil a su pequeño camión, y al percatarse  del avance del mar fue en busca de sus vecinos y de la gente alborotada rescatando uno a uno y haciéndolos subir a su vehículo. Este hombre generoso, héroe civil anónimo, expuso su vida para salvar la de muchos, que pudieron sortear con éxito el embate del mar.

  José Pérez Viminchumo, Mayor Comisario del distrito Samuel Pastor, pudo alertarse ante el llamado de sus coterráneos, llegó raudo hasta el escenario de los hechos, la segunda ola no terminaba de configurarse frente a él cuando el valiente policía no reparó siquiera en quitarse la ropa o los zapatos para poner a salvo a sus desesperados paisanos, nadó una y otra vez,  cargando en sus brazos a niños, mujeres y desvalidos, haciendo de éste acto un émulo de deber y sacrificio solidario.

Jesús Quesada, pescador consuetudinario de La Punta, El Chorro y Los Cerrillos, observó atónito el lento retiro del mar con la sangre paralizada, su cuerpo rígido y sus ideas cerradas, tan sólo atinó a quebrar sus tembleques piernas a la altura de la rodillas, una monstruosidad de agua negra se elevaba poderosamente frente a él. Jesús se sintió una bacteria débil e insignificante ante un coloso hídrico que no le dejaba opción de anhelar un resquicio de vida. Cerró sus ojos, su oración se hizo profunda, interiorizó nostálgicamente su nombre y exteriorizó sentidamente el de su homónimo Jesús, sus oraciones pegaban entre la arena  y el cielo, pero más contundente fue el golpe del mar que lo arrastró, lo sumergió, lo sepultó, lo escarbó, lo desnudó, pero finalmente lo arrojó.

Su última oración pegóse en la base de la última ola, no sabía cómo, no sabía quién, pero minutos después de tan soberano atolondramiento, Jesús pudo ver su cuerpo desnudo, pero intacto, sin un sólo rasguño, sin un sola lesión sin una sola fractura.

José y Francisco Choque Zegarra, albañiles de ocupación y oficio, se encontraban revistiendo con mayólica el baño de una de las habitaciones principales de la casa del Dr. Segura. José estaba acompañado de su menor hijo, quien, después del sismo, decidió junto a su hermano, culminar con su tarea. Pero el estruendo sonoro del mar alertó a José quien atinó a correr llevando consigo a su menor hijo Francisco, no tuvo tiempo de huir y decidió quedarse y esperar.

Su hermano pudo apreciar a la distancia cómo el mar envolvió a Francisco, lo elevaba hasta lo más alto, lo sumergía. Francisco luchaba contra las olas, emergía y trataba de respirar, la energía del mar se iba debilitando mientras se marcaba mayor distancia con el origen de la orilla y Francisco semidesnudo y aturdido fue expulsado por el mar a unos cuantos metros de su hermano y su sobrino.

 Pero aun en el clímax de la tragedia, la ironía y el paralelismo no podían estar ausentes. José acercóse a su hermano, quien se encontraba exánime sobre la húmeda tierra, y con voz aguda y de manera conminatoria le increpó:  “¿Cerraste bien la puerta del baño? “.
Francisco entre moribundo y despierto, soltó un poco de agua de la boca, enseguida escupió un pejerrey y enseguida respondiéndole con dificultad:
“Sí, sí la he cerrado bien, si es por eso puedes estar tranquilo”.

Moisés Paredes, quien se encontraba entre la multitud en la ladera de los cerros, observa a su vecino Cirilo Huamaní Marín, quien admiraba sorprendido la escena, apoyado en su bicicleta.
-¿Y tú, Cirilo, Cómo es que has podido llegar tan pronto hasta aquí si te encontrabas pescando tan cerca de la orilla? Y  señalando su artefacto le indica:
¡Ahhh, ya sé, seguro que has corrido con tu bicicleta!. A lo que Cirilo asiente con la cabeza: .... Sí, así ha sido patrón, lo único malo es que ¡la condenada pesaba!



Cirilo presenció el retiro del mar y en vez de tomar la bicicleta y subirse en ella, con la desesperación  corrió con la bicicleta sobre sus hombros casi 500 mts hasta llegar a la Panamericana, lugar en la que un grupo de pasajeros que arribaban de la ciudad de Arequipa observaron a través de la ventana del bus de la empresa Flores Hermanos cómo el mar se acercaba. En medio de gritos y alerta descontrolada, exigían al chofer máxima velocidad para alejarse de la zona de la tragedia. El conductor enfiló el vehículo por la Vía de Evitamiento y no se detuvo hasta llegar a San Gregorio, situado a 8 Kmts de allí.

En la ciudad, la policía con voz altisonante había dado la alerta de salida del mar, allí sin saber exactamente lo que pasaba y lo que podía pasar, se generó un clima de convulsión social impresionante. La gente desembocaba cual procesión hiperactiva, cargada de terror y de pánico por la parte central de la avenida Mariscal Castilla, madres que llevaban sobre sus brazos a sus menores hijos, ancianos que a duras penas podían caminar, gente que se atropellaba una a otra, vehículos que no podían avanzar, personas que lloraban, que suplicaban ser llevados lo más lejos posible.

 Y justo allí se encontraba la señora Victoria reponiéndose del susto del sismo, acompañada de sus hijos y nietos y pudo ser testigo de la marea humana que desbordaba la calle principal; fueron instantes de terror, de pánico, de desesperación, la gente se imaginaba que las olas del mar se les vendrían encima de un momento a otro. Victoria fué asistida inmediatamente por el automóvil presto de su hijo político David en el que se subieron más de 10 personas.

La consigna era huir, pero mientras esperaban a Fernando, quien al parecer se había dirigido a resolver   “un problema de última hora”, Victoria no dejaba de asombrarse de la desesperación de la multitud, del llanto que brotaba a rayar de los ojos de mujeres y hombres que sentían tras ellos los pasos de la muerte azotando sus espaldas... ¡Por fin, Fernando, el último de sus nietos sube al vehículo!. La fila de carros, camiones, tractores , triciclos, bicicletas y hasta de burros y caballos era interminable; la familia entera llegó hasta la parte más alta de San Gregorio, lugar donde se refugiaba casi el 100 % de la población central.

 Atrás quedaron algunos osados como Juan Guevara  quien decidió esperar el desenlace de pie, como uno de los pocos testigos presenciales de lo que se podía venir en la, hasta ese momento, deshabitada y solariega ciudad de Camaná.  Pero finalmente el mar no llegó hasta allí y la alarma general pudo desencadenar una tragedia mayúscula que por suerte no ocurrió.

En esos fatídicos y concatenados instantes el mar había abrazado gran parte de la costa playera. Aproximadamente mil metros desde la orilla hasta el espasmo final. El sector de la Calderona, Gallinazo , Punta de Matara, Las Cuevas, Los Cerrillos , La Punta, El Chorro Huacapuy Bajo, Pucchún yacían azotados por las embravecidas olas que dejaban a su paso, bajo su registro decenas de pobladores fallecidos.

Ernesto, en El Chorro, tan sólo pudo abrigar el húmedo cuerpo de su hija, única sobreviviente de su familia. Su esposa Olga, su amigo Vicente y sus nietos habían desaparecido sepultados por densas capas de agua, lodo y material destruido. En La Punta reposaba un inmenso charco de agua, sobre él flotaban enseres domésticos, muebles, mesas, televisores y algunos cuerpos sin vida. Alrededor, familiares desesperados que, en retorno a la zona de sus viviendas o lo que quedaba de ellas, buscaban desconsolados recuperar algo de sus bienes e identificar a sus seres queridos.

Profundo dolor, desconsuelo y llanto invadía como un filudo cuchillo los corazones de la gente de La Punta que jamás imaginó tan fatal desenlace. El primer reporte de los medios de comunicación registraba que el epicentro se había registrado mar adentro en el distrito de Ocoña con una intensidad de 6.9 en la escala de Ritcher , el terremoto había sido sentido en Arequipa, Moquegua y Tacna, sin embargo en el país se manejaba la información que la mayor cantidad de damnificados y fallecidos se ubicaban en el anexo de San Francisco, en el departamento de Moquegua, siendo en efecto en ese instante la provincia de Camaná la más azotada.

 Mientras miles de pobladores permanecían en los cerros del distrito de San Gregorio, más allá a unos pocos metros del mar, decenas de paisanos, eran envueltos por el dolor y el desconsuelo irreparable de haberlo perdido todo. Si alguien se puede imaginar que una escena fatídica como ésta cargada de profundo sentir, valor, heroísmo, nostalgia, tristeza, también puede dar paso a la ironía, a la reflexión hilarante, a la alegría de vivir, a la tranquilidad de haber superado la tragedia o a la insensibilidad o la indolencia, no se nos hubiese ocurrido pensar ni un sólo instante siquiera de la existencia de seres humanos que superando largamente el más mínimo ápice de valor sensible y solidario hicieran del fatídico evento un “carnaval de apropiación ilícita”, vehículos traídos expresamente de la ciudad, triciclos y carretas desfilaban en dirección al lugar en búsqueda de artefactos, sillas, relojes, muebles, material y cuanto objeto encontraban para cargar con él.

 Mientras que los cuerpos de sus paisanos permanecían aún sumergidos dentro del lodo, “los buitres humanos” se afanaban por rescatar algo para sí. No podía quedar un palo, un pedazo de hachón en pie que éste sin piedad era arrancado ¡Qué importaba la tragedia, el dolor, el llanto, la muerte!, a ellos en el acto más vil de la degradación humana sólo les interesaba sacar ventaja de la situación.
 
Al día siguiente la confusión continuaba. Brigadistas, bomberos, policía nacional y voluntarios civiles trataban de ubicar los cuerpos desaparecidos en medio del fango, Camaná entera no solamente se encontraba desconcertada por lo sucedido, sino, lo que  es peor, no se hallaba lo suficientemente preparada para enfrentar una tragedia de tamañas dimensiones.

La información que se manejaba en torno a lo ocurrido  en Camaná era difusa e inexacta, hasta que un medio de comunicación internacional CNB Televisión de Puerto Rico, luego de realizar un gran reportaje, captó la atención de los medios informativos nacionales, quienes fueron sumándose paulatinamente dando cuenta progresivamente de las reales dimensiones del desastre.

Es así que diversas autoridades, entre ellas  el mismo presidente de la República, Valentín Paniagua, hicieron su arribo a nuestra provincia. La atención se centró en lo sucedido en Camaná, pero por azares del destino, un innombrable y siniestro personaje político buscado por la justicia había sido capturado en el país de Venezuela y éste hecho tomó por asalto la atención de los medios de comunicación, quienes lejos de interesarse por el dolor del pueblo, asumieron la difusión de la captura, traslado y recepción del tristemente hasta hoy nombrado personaje, por cuanto medio de comunicación existe.

Vicente Amésquita Flores, ciudadano de Camaná, hijo del Perú, murió envuelto bajo las aguas del mar, con él fallecieron muchos coterráneos suyos, a la misma hora, el mismo instante. El día de hoy se afirma que hay cuerpos que jamás fueron encontrados, a los que el mar cobró su precio con sus propias vidas y que nunca los devolvió.

Otros sobrevivieron con el costo emocional de haber perdido a sus seres más queridos, aquellos viven con una revancha interna lejos del mar, al que al mirar lo observan con desdén, con su solidaridad humana, en tanto algunos pocos optaron por sacar ventaja del dolor ajeno. Los responsables no tuvieron el valor de asumir la responsabilidad plena y los héroes civiles aún permanecen en el anonimato.

 Lo cierto es que, culminando el sismo, la gente tuvo el tiempo suficiente para evacuar la zona aledaña al mar; con pausa, sin apremio, y salvar sus vidas, pero la falta de preparación, de información, de alerta oportuna, hizo sucumbir ante el asedio del mar a muchos camanejos, quienes fueron sorprendidos por las olas sin habérselo imaginado siquiera.

Estas líneas que se empiezan a cerrar aquí, construidas en base a personajes reales y ficticios, pero de testimonios verdaderos, pretenden así llegar a recordar que nuestra vida no solamente depende de los azares de la naturaleza, sino de cuán preparados estemos para enfrentarla.


PARA QUE LA HISTORIA JAMÁS SE REPITA, se recomienda leer esta historia, más de una vez.

                                                             FIN


9 comentarios:

  1. la verdad mi madre se llamaba estela ernesto mi padre fank geraldine fatima jaquelin llego a morir mi hermana ellos eran mi familia no les cambies los nombres estela no olga

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  2. jaquelin no era hija unica ella luego murio en el hospital al enterarse que murieron sus tres hijos y mi madre respeta los nombres de los muertos de ese horrible dia

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  3. si quieres escribir historias averigua o escribe tu propia historia

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  4. si quieres escribir historias averigua o escribe tu propia historia

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  5. si quieres escribir historias averigua o escribe tu propia historia

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  6. jaquelin no era hija unica ella luego murio en el hospital al enterarse que murieron sus tres hijos y mi madre respeta los nombres de los muertos de ese horrible dia

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  7. la verdad mi madre se llamaba estela ernesto mi padre fank geraldine fatima jaquelin llego a morir mi hermana ellos eran mi familia no les cambies los nombres estela no olga

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  8. Es un texto literario y no una crónica para que narre con exactitud los hechos. Felicito al autor camanejo por inmortalizar ese día y tratar de reflexionar de lo mal que hicimos.

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    1. Es cierto. es un texto literario, además no estoy autorizado a poner los nombres verdaderos exactamente por respeto a las familias que perdieron a sus seres queridos.

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